jueves, 27 de marzo de 2014

La Muerte Madrina, Cuento de los Hermanos Grimm

Debido a que he comenzado a ver la nueva temporada de Grimm (serie de TV sobre un detective de policía que adquiere poderes de Grimm, gracias a los cuales puede ver todo ese mundo y seres de los cuentos tradicionales y combatirlos), mi curiosidad por los cuentos de estos dos hermanos alemanes.
He estado buscando los cuentos que menos conocía, porque Blancanieves, Rapuncel, Cenicienta... son famosos ya, por sus múltiples adaptaciones al cine. Y entre ellos he encontrado muchos que leí de niña, pero también he encontrado otros de los que nunca he escuchado. He escogido este "La Muerte Madrina" para compartirlo en el blog, ya que me ha parecido muy interesante e instructivo. Pues hay que tener en cuenta que estos cuentos son una recopilación de las leyendas e historias que se pasaban de boca en boca antiguamente por Europa y siempre tenía una moraleja o advertencia sobre los peligros de la vida o tomar una mala decisión. 
Algún día me haré con una buena y fiel versión de los cuentos originales, pues son cultura popular europea trasladado a cuentos, para pasar de padres a hijos a través de los años, el legado de las enseñanzas de nuestros antepasados.

Os dejo con el cuento que he escogido, a ver que os parece...


Un hombre muy pobre tenía doce hijos; y aunque trabajaba día y noche, no alcanzaba a darles más que pan. Cuando nació su hijo número trece, no sabía qué hacer; salió a la carretera y decidió que al primero que pasara le haría padrino de su hijito. 
Y el primero que pasó fue Dios Nuestro Señor; él ya conocía los apuros del pobre y le dijo:
Hijo mío, me das mucha pena. Quiero ser el padrino de tu último hijito y cuidaré de él para que sea feliz.
El hombre le preguntó: 
¿Quién eres?
- "Soy tu Dios.
- Pues no quiero que seas padrino de mi hijo; no, no quiero que seas el padrino, porque tú das mucho a los ricos y dejas que los pobres pasemos hambre.
El hombre contestó así al Señor, porque no comprendía con qué sabiduría reparte Dios la riqueza y la pobreza; y el desgraciado se apartó de Dios y siguió su camino. Se encontró luego con el diablo, que le preguntó: 
- ¿Qué buscas? Si me escoges para padrino de tu hijo, le daré muchísimo dinero y tendrá todo lo que quiera en este mundo.
El hombre preguntó: 
- ¿Quién eres tú?
- "Soy el demonio.
- No, no quiero que seas el padrino de mi niño; eres malo y engañas siempre a los hombres. 
Siguió andando, y se encontró con la muerte, que estaba flaca y en los huesos; y la muerte le dijo: 
- Quiero ser madrina de tu hijo.
- ¿Quién eres? 
- Soy la muerte, que hace iguales a todos los hombres. 
Y el hombre dijo: 
- Me convienes; tú te llevas a los ricos igual que a los pobres, sin hacer diferencias. Serás la madrina
La muerte dijo entonces: 
- Yo haré rico y famoso a tu hijo; a mis amigos no les falta nunca nada
Y el hombre dijo: 
- El próximo domingo será el bautizo; no dejes de ir a tiempo.
La muerte fue como había prometido y se hizo la madrina del niño.

El niñito creció y se hizo un muchacho; y , un día, su madrina entró en la casa y dijo que la siguiera. Llevó al chico a un bosque, le enseñó una planta que crecía allí y le dijo: 
- Voy a darte ahora mi regalo de madrina: te haré un médico famoso. Cuando te llamen a visitar un enfermo, me encontrarás siempre al lado de su cama. Si estoy a la cabecera, podrás asegurar que le curarás; le darás esta hierba y se pondrá bueno. Pero si me ves a los pies de la cama, el enfermo me pertenecerá, y tú dirás que no tiene remedio y que ningún médico le podrá salvar. No des a ningún enfermo la hierba contra mi voluntad, porque lo pagarías caro.

Al poco tiempo, el muchacho era ya un médico famoso en todo el mundo; la gente decía: "En cuanto ve a un enfermo, puede decir si se curará o no. Es un gran médico." Y le llamaban de muchos países para que fuera a visitar a los enfermos y le daban mucho dinero, así que se hizo rico muy pronto. 
Ocurrió que el rey se puso malo. Llamaron al médico famoso para que dijera si se podía curar; pero en cuanto se acercó al rey, vio que la Muerte estaba a los pies de la cama. Allí no valían hierbas. Y el médico pensó: "¡Si yo pudiera engañar a la Muerte siquiera una vez! Claro que lo tomará a mal, pero como soy su ahijado, puede que haga la vista gorda. Voy a probar." Cogió al rey y le dio la vuelta en la cama, y le puso con los pies en la almohada y la cabeza a los pies; y así, la Muerte se quedó junto a la cabeza; entonces le dio la hierba y el rey convaleció y recobró la salud. Pero la Muerte fue a casa del médico muy enfadada, le amenazó con el dedo y dijo: 
- ¡Me has tomado el pelo! Por una vez, te lo perdono, porque eres mi ahijado; pero como lo vuelvas a hacer, ya verás: te llevaré a ti.

Y al poco tiempo, la hija del rey se puso muy enferma. Era hija única, y su padre estaba tan desesperado que no hacía más que llorar. Mandó decir que al que salvara a su hija le casaría con ella y le haría su heredero. El médico, al entrar en la habitación de la princesa, vio que la Muerte estaba a los pies de la cama. ¡El muchacho había recordado la amenaza de su madrina! Pero la gran belleza de la princesa y la felicidad de casarse con ella le trastornaron tanto que se desechó a todos los pensamientos. No vio las miradas encolerizadas que le echaba la Muerte, ni cómo le amenazaba con el puño cerrado: cogió en brazos a la princesa y la puso con los pies en la almohada y la cabeza a los pies, le dio la hierba mágica, y al poco rato la cara de la princesa se animó y empezó a mejorar.

Y la Muerte, furiosa porque la habían engañado otra vez, fue a grandes zancadas a casa del médico y le dijo: 
- ¡Se acabó! ¡Ahora te llevaré a ti!
Le agarró con su mano fría, le agarró con tanta fuerza, que el pobre muchacho no se podía soltar, y se lo llevó a una cueva muy honda. Y el médico vio en la cueva miles y miles de luces, filas de velas que no se acababan nunca; unas velas eran grandes, otras medianas y otras pequeñas. Y cada momento unas se apagaban, y otras se estaban encendiendo otra vez; era como si las luces estuvieran brincando. La Muerte le dijo: 
- Mira, esas velas que ves son las vidas de los hombres. Las grandes son las vidas de los niños; las medianas son las vidas de los cónyuges, y las pequeñas las de los ancianos. Pero hay también niños y jóvenes que no tienen más que una velita pequeña. 
- ¡Dime cuál es mi luz! - dijo el médico, pensando que era todavía una vela bien grande. Y la Muerte le enseñó un cabito de vela, casi consumido. 
- Ahí la tienes
¡Ay, madrina, madrina mía! ¡Enciéndeme una luz nueva! ¡Por favor, hazlo por mí! ¡Mira que todavía no he disfrutado de la vida, que me van a hacer rey y me voy a casar con la princesa! 
- No puede ser - dijo la Muerte. - No puedo encender una luz mientras no se haya apagado otra. 
- ¡Pues enciende una vela nueva con la que se está apagando! - suplicó el médico. 
La Muerte hizo como si fuera a obedecerle; llevó una vela nueva y larga. Pero como quería vengarse, a sabiendas tiró el cabito de vela al suelo, y la lucecita se apagó.
Y en el mismo momento, el médico se cayó al suelo, y terminó ya en manos de la Muerte.
FIN

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